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La melodía de una flauta andina se pierde en el aire prístino de la montaña, impregnado del perfume de chillca y de p’sta, dos plantas aromáticas que se emplean también en el piso de la construcción. Vestido con un pantalón tejano, uno de los hombres ayuda a transportar un largo «colchón» de ramas entrelazadas, que los artífices del puente desenrollarán posteriormente sobre las bases trenzadas, a modo de pavimento.

«El nuevo viaducto y la carretera actual nos abrieron una puerta al mundo exterior que revolucionó poco a poco nuestra vestimenta y nuestro medio de transporte. Cada vez son menos los vecinos que en su día a día se visten con los trajes tradicionales que llevamos hoy», se lamenta Cayetano Ccanahuire mostrándonos su atuendo de lana de oveja: chaqueta y pantalón blanco y negro confeccionado por las mujeres quechua.

«Asimismo, penetraron en nuestra comunidad ciertas amenazas a la creencia andina. El número de evangelistas crece entre nosotros, lo que enfurece a nuestras deidades. Pero los “conversos” siguen contribuyendo a la reconstrucción del Q’eswachaka por respeto y por imposición.»

Cuando se llega a la edad adulta, se está obligado a participar en esta tradición enraizada en una vieja costumbre precolombina aún vigente en diversos países latinoamericanos: las minkas, o trabajos comunitarios que se emprendían en beneficio de toda la colectividad, como el mantenimiento y la reparación de los tramos del Qhapaq Ñan que discurrían cerca de sus hogares. Tal y como hicieron sus antepasados, casi un millar de quechuas dispersos en las laderas de las montañas se ocupan aún de la conservación del Q’eswachaka. No obstante, la tradición pierde paulatinamente adeptos.

«Muchos jóvenes debemos partir en busca de una vida mejor y ya no podemos ayudar», dice apenado Dimas Huillca, un muchacho que, como otros vecinos quechuahablantes, se expresa con dificultad en castellano. Sentado sobre una gran roca al borde de una ruta asfaltada, observa de lejos el festival de danzas folclóricas que se celebra cada segundo domingo de junio, todo un acontecimiento musical con el que se dan por concluidas, al cuarto día, las tareas de renovación.

«Hace tres años tuve que emigrar por motivos de trabajo a Yanaoca, un pueblo de los alrededores –explica Dimas–. Pero mi familia aún reside en la comunidad y continúa alimentando nuestro legado ancestral. Un legado del que añoro ser parte cada año».

Queshuachaca o Q’eswachaka (en quechuaq’ichwa chaka ‘puente de soga de paja’, quechua cuzqueño [ˈqʼes.wa ˈt͡ʃa.ka][1]​) es un puente de cuerda construido a base de fibra vegetal (ichu) que se encuentra en el distrito de Quehueprovincia de Canas en el departamento del Cuzco a 3700 m s. n. m. cruzando el río Apurímac. La existencia de este puente data desde la época inca y su mantenimiento y renovación se realiza mediante un rito ejecutado por las comunidades de Huinchiri, Chaupibanda, Ccollana Quehue y Choccayhua.[2]

El puente mide 28 metros de largo y 1.20 metros de ancho, su estructura está básicamente de tiras largas de ichu trenzado.

En tiempos incas estos puentes eran realizados íntegramente de ichu y troncos atados a una estructura de piedra que era elaborada especialmente para sostener el puente; cada uno o dos años se renovaban las partes de ichu y madera asesorados por un especialista inca «mitmae». Existen crónicas que indican que estos puentes eran reparados con gran rapidez durante el periodo inca.[2]

Estas estructuras no perdieron vigencia en el periodo colonial, pues eran de gran importancia , puesto que eran más resistentes a terremotos que las estructuras de piedra.[2]

Ritual de renovación

El ritual de renovación del puente Q’eswachaca se realiza mediante un modelo de trabajo que data de tiempos incas denominado «Minka». Este trabajo tiene diversas actividades rituales y festivas que duran 4 días, y por lo general se inicia el primer domingo de junio.[2]

El primer día se celebra un rito al «apu Quinsallallawi», este rito se realiza durante el amanecer; mientras esto sucede se acopia el «qoya ichu» que luego se trenza en soguillas denominadas «q’eswas», la actividad del trenzado la realizan las mujeres bajo la supervisión de un «chakaruwak» o especialista.[2]

Durante el segundo día se desarma la estructura de ichu del puente viejo, se sacan los clavos de piedra que sostienen el puente y se colocan 4 sogas que son la base de la estructura del puente nuevo.[2]

El tercer día se terminan los pasamanos y la superficie por donde se caminará. Finalmente al cuarto día se festeja con danzas y mucha comida típica, dado que el trabajo comunal siempre fue considerado como día de fiesta por los ancestros peruanos.